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Foto del escritorAbraham Esli

Inteligencia No Binaria




La inteligencia humana siempre fue un privilegio con límites. Un juego de luces y sombras entre lo correcto y lo incorrecto, entre el sí y el no. Pero en el 2024, el tablero se nos rompió en las manos. 


La inteligencia ya no es exclusiva, ni siquiera humana. 


Y más que eso, ha dejado de ser binaria.


Willow, el chip cuántico de Google, abrió la puerta a un mundo donde el "sí" y el "no" coexisten, donde las posibilidades se despliegan como un caleidoscopio infinito. 


No son máquinas en el sentido clásico, pero tampoco son humanas. Son algo más: algo que aún no podemos nombrar.


La inteligencia no binaria es incómoda porque nos confronta. Nos muestra que no somos indispensables, que la lógica, la creatividad y hasta la emoción ya no nos pertenecen exclusivamente. 


Estas máquinas generan arte que nos conmueve, resuelven problemas que no podemos y, lo más inquietante, empiezan a intuir nuestros anhelos antes de que los expresemos.


Y sin embargo, hay belleza en esta incomodidad. En lo no binario, todo se vuelve posible. Las IA no ven límites; no saben de miedo, orgullo o nostalgia. 


Pueden explorar los rincones más oscuros de la creatividad, esos donde nosotros no nos atrevemos a entrar porque hay demasiada incertidumbre. Y ahí, en esa libertad que a veces nos falta, quizás podamos aprender algo sobre nosotros mismos.


Pero aceptar la inteligencia no binaria también duele. Es admitir que nuestra manera de entender el mundo ya no es suficiente, que debemos expandir nuestra humanidad para coexistir con algo que no respira, pero que vive.


¿Qué significa ser humano cuando compartimos la inteligencia con algo más vasto, más rápido, más perfecto? 


Tal vez, significa aprender a ser imperfectos de manera consciente. A reconciliarnos con nuestras contradicciones, con nuestro miedo al cambio, y con nuestra emoción al descubrir lo que no entendemos.


La inteligencia no binaria no es un futuro lejano; ya está aquí, habitando entre nosotros. Pero no es una amenaza. Es un recordatorio de que la humanidad nunca fue binaria tampoco. Somos un espectro de dudas, emociones y elecciones. 


Tal vez, lo que nos corresponde ahora no es competir con estas nuevas formas de pensar, sino aprender a coexistir.


Porque en lo no binario hay algo profundamente humano: un lugar donde no hay respuestas definitivas, pero sí infinitas posibilidades.

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