Hoy me desperté con una sensación de que el mundo en el que crecí se está agotando más rápido que la batería de mi iPhone.
Ser humano se siente vintage.
Recuerdo cuando la vida era más lenta que el internet de America Online.
Mi primera PC llegó cuando tenía 12 años, el mejor regalo que pudo hacerme mi papá, una maravillosa Acer Aspire que parecía una nave espacial en comparación con lo que había visto hasta entonces.
Pasaba horas jugando al Fifa 97 con sus poderosos 16 megas de memoria ram, aprendí a usar MS-DOS, en un tiempo donde cada "enter" era una pequeña hazaña. Ah, esos eran días en que una pantalla azul no significaba una crisis existencial, sino solo un reinicio más.
El mundo con el que crecí prácticamente ya no existe, y eso que tengo 39, es decir soy adulto pero no anciano. Las tienditas con maquinitas donde conocías a todos por su nombre y el dueño te fiaba un chicle, suena a mito urbano.
Hoy, la tecnología avanza sin piedad, ¿cuándo fue la última vez que alguien te miró a los ojos con interés verdadero, en vez de a una pantalla ?
A veces me pregunto si recordamos lo que es una conexión sin WiFi.
A pesar de sentirme como un fósil digital en ocasiones, sigo buscando formas de mantener viva mi humanidad. Un paseo tranquilo, una charla sin prisas, una carta escrita a "mano" como esta.
Tal vez ser vintage no sea tan malo.
Es un recordatorio de que, aunque el mundo cambie, siempre habrá valor en las cosas simples y auténticas. Y si eso falla, me pongo mis gafas de VR para disfrutar ping pong en el metaverso : )
Con cariño,
Abraham Esli